31 de mayo de 2015

Accidentes aéreos

© Francisca González Campos
Esta primavera la bisabuela ha cumplido noventa y siete años. Al final de capítulo 'Amor y Guerra' comenzó una nueva vida rumbo a Valladolid tras un peculiar 'doble casamiento'. Enlazamos la conversación de hoy con aquel momento.


- ¿Viviste mucho tiempo en Valladolid?
- Estuvimos menos de un mes. Antes de casarnos el bisabuelo Pepe ya había solicitado traslado a la Base Aérea de Tablada en Sevilla y el permiso no tardó en llegar. Nuestra primera casa en Sevilla fue en la calle Redes, en el centro de la ciudad.

- En Sevilla teníais el aliciente de estar más cerca de vuestras respectivas familias, ambas en Huelva.
- Claro. Y en Sevilla pude cumplir la promesa que le hice a mi hermana: que se vendría a vivir con nosotros cuando regresáramos de Valladolid. Al principio, tuvimos una época de idas y venidas, sobre todo con cursos que Pepe tenía que hacer fuera. Entonces, mientras no estábamos en Sevilla, mi hermana volvía de nuevo a Huelva, con mi padre.

- ¿Tardaron en llegar los hijos?
- Enseguida me quedé embarazada y, en estado, me fui varios meses con el bisabuelo a Salamanca. Para que yo pudiera hacer el trayecto en avión, Pepe pidió permiso al teniente coronel -que era primo del entonces príncipe Juan Carlos- y éste accedió de buen grado. Fue muy amable y educado conmigo; durante el trayecto, vino varias veces a preguntarme si me encontraba bien… Por cierto, fui la primera mujer que viajó en un avión militar en España una vez finalizada la guerra civil.

- ¿A qué fuisteis a Salamanca?
- El bisabuelo tenía que hacer unos cursos de vuelo sin visibilidad en el aeródromo de Matacán y quería que le acompañase porque iban a durar unos meses.

- ¿Por qué se llamaban vuelos sin visibilidad?
- Porque los pilotos no podían guiarse más que por las coordenadas que les iban dando desde los controles de tierra. Tanto los pilotos como los radiotelegrafistas -como el bisabuelo-, necesitaban formarse y entrenarse.

- Debían ser maniobras peligrosas.
- Y tanto. Ya en el mismo curso casi hubo un accidente. En pleno vuelo, Pepe se dio cuenta de que el piloto se estaba desviando erróneamente hacia el océano, en dirección a Portugal. Quedaba poco combustible y, como pudo, ayudó al piloto a redirigir la posición del avión y aterrizar con el depósito prácticamente vacío.

- Fuiste a Salamanca embarazada. ¿Diste allí a luz?
- Aquella vez no. Mi hijo Pepe nació en Huelva, en la casa de mi suegra Frasquita. Ella hizo las veces de mi madre, una vez que ésta falleció. Decía que mi segunda madre no era mi madrastra, sino ella. Y como tal, lo dispuso todo para que su nieto naciera en su casa. La canastilla de mi bebé la hice yo a mano: las fajitas para el ombligo, los pañales, las camisitas, las bayetas de franela y los faldones. Cuando llegó el momento del parto, el bisabuelo se encontraba trabajando en Sevilla, así que tuvo que ser mi suegro José el que fuera corriendo a buscar a la matrona. El parto fue rápido y el niño nació sano. Inmediatamente Frasquita 'puso conferencia' a Sevilla para decirle a su hijo que ya era padre. Fue la época en que vivimos en Sevilla, en la calle Redes.

- Entonces vivisteis primero en Sevilla, luego en Salamanca y de nuevo volvisteis a Sevilla.
- Así es. La segunda vez, la casa de Sevilla estaba en la calle Jáuregui, en la Puerta Osario. Allí nació Mercedes, la segunda de mis hijos. Pasó el tiempo y el bisabuelo siguió con su carrera de radiotelegrafista, haciendo los cursos que le iban exigiendo. Cuando Mercedes tenía tres años, Pepe fue una mañana a trabajar a Madrid y me llevé tres días sin saber nada de él. Su hermano Juan, que estaba de jefe en el aeropuerto de San Pablo, se fue en avión a Madrid para ver qué había pasado.

- ¿Y qué había pasado?
- Aquel día, el avión de Pepe tenía que traer a Sevilla una carga de ruedas para los talleres mecánicos de Tablada. Cuando despegó, llevaba tanto peso que no pudo alcanzar altura y cayó hacia atrás hasta chocar en tierra. Los bomberos en seguida evitaron males mayores, pero al bisabuelo le cayó en la pierna un motor que le rompió la tibia y el peroné. Fue una lesión grave: la pierna sólo se quedó unida por los tendones.

- ¿Y te fuiste a Madrid con él?
- Por supuesto, y me llevé a mi hija Mercedes pequeñita. En el hospital de las Hermanas de la Caridad los acompañantes no podían quedarse más de dos meses. Pero la estancia se prolongó porque el pie del bisabuelo soldó mal y se lo tuvieron que separar de nuevo... Fue terrible. Pepe no quería que nadie lo lavara más que yo, así que me tuve que congraciar con las monjas tejiéndoles chalecos, cosiendo banderas, limpiando la plata y cantando en el coro. Fue así como pude quedarme con él.

- ¿Cuánto tiempo estuvo ingresado?
- Unos seis meses: el accidente fue en septiembre y estuvo hospitalizado hasta abril. Yo me volví a Sevilla algo antes. Cogí un tren y le hice prometer que volvería también en tren y no en avión. Cuando le dieron el alta no estaba completamente recuperado: estaba escayolado hasta la rodilla y caminaba con dos bastones.

- Supongo que trabajando para el ejército del aire sería difícil tenerle alejado de los aviones.
- Difícil o más bien imposible. El día que salió del hospital, unos compañeros trataron de convencerle para volver a Sevilla de la forma más rápida. Le dijeron: "Pepe, en tren son muchas horas y en avión es más o menos una. Tu pierna no está para un viaje tan largo". Y al final él les hizo caso. Todo iba bien pero, habiendo sobrevolado ya Granada, hubo una avería en los controles del avión y el comandante dijo a la tripulación que preparan los paracaídas porque no sabía lo que podría pasar. El miedo se contagió a bordo. Pepe pedía a unos y a otros que le ayudaran, pero era en vano. Todos se precipitaron a ponerse el equipo y a saltar fuera. Llegando a la altura de Lora del Río, sólo quedaban el piloto y un compañero a punto de tirarse. Pepe se interpuso entre él y la puerta y le dijo: "No te dejo salir de aquí hasta que no me ayudes a saltar". Así que al fin, con la ayuda de aquel hombre, logró escapar de aquel avión averiado. Sin embargo, una vez en caída libre, al tirar del cordón, el paracaídas no se abrió; tiró con desesperación una y otra vez hasta que se dio cuenta de que se había equivocado de cuerda. Mientras el cuerpo giraba en el aire logró al fin encontrar del cordón correcto y desplegar el paracaídas a tiempo. Sin embargo, esa lucha en el aire le impidió dirigir la zona de aterrizaje, cayendo en la menos indicada: en la orilla del río Guadalquivir. Aquel año fue muy lluvioso y el rio llevaba tanto caudal que hasta la misma ciudad de Sevilla se inundó. El peso de la escayola de la pierna no le permitía alejarse de la orilla y por un momento creyó que la corriente lo arrastraría. Después de tanta lucha y tanto estrés, sintió tal impotencia que se derrumbó y se echó a llorar. Y así lo encontró la guardia civil, que inmediatamente lo llevó al hospital militar de Sevilla.

- ¿Y qué pasó con el avión? ¿Se estrelló?
- Fíjate cómo es a veces la vida, que el comandante, que fue el único que se quedó a bordo, logró dominarlo y finalmente aterrizó bien. ¿Qué hubiera pasado si nadie hubiera ayudado al bisabuelo a tirarse del avión? Quizá se hubiera evitado tanto peligro y sufrimiento. Pero en aquel momento su destino se jugó a cara o cruz y tuvo que elegir.

- ¿Cómo reaccionaste al saber que no había vuelto en tren?
- Aquel día yo tenía a Mercedes con neumonía en la cama. Llegó a casa mi cuñado Juan muy serio y me dijo: "Tienes que venirte conmigo". Yo le respondí que no era posible, que tenía a niña mala. Pero él dijo tajante: "Lo siento. Tienes que venir. Y no te puedo decir nada más". Recuerdo el camino al hospital, el silencio, la cara de Juan... Cuando vi a Pepe, no pude reprocharle nada. Lloraba sin parar diciendo: "¿Qué va a ser de nosotros?" Yo le contesté: "Hay que vivir y sacar a los niños adelante". Por suerte la pierna no se le rompió de nuevo. Y como tenía mucha de fuerza de voluntad y no quería tener cojera, en cuanto le quitaron la escayola no paró de hacer ejercicio; de hecho, iba siempre en bicicleta a Tablada. Y al final logró caminar sin que apenas se notara nada.

- ¿Volvisteis alguna vez más a Valladolid o a Salamanca?
- Volvimos una vez más a Salamanca. En aquel entonces teníamos ya a Pepe y a Mercedes. Nuestro tercer hijo, Juan, nació allí el día de Todos los Santos. Con Juan me quedé sin leche con que amamantarlo y además, enfermó del pecho. Pedí entonces a Pepe que me llevara a Alba de Tormes, que estaba a unos treinta kilómetros.

- ¿Cuál era el objetivo de ese viaje?
- Visitar la Basílica de Santa Teresa para rezarle y ofrecer mi niño a Dios. Esto lo he hecho con todos mis hijos. Bien en una capilla o en una catedral he puesto a mi bebé en el suelo, ante el altar, y he pedido por él... Por cierto, ¿sabes cómo fuimos aquel día a Alba de Tormes? ¡En moto! Sí, en moto y con el bebé en brazos.

- Sinceramente no sé si eso es más o menos peligroso que los vuelos sin visibilidad.
- Fíjate que, a la vuelta, la moto se averió; así que tuvimos que dejarla a un lado y terminar el camino andando. Quién sabe si aquello fue por mano divina.

- ¿Y dónde dejasteis aquel día a los otros dos hijos?
- En la casa de la familia donde nos alojábamos. Les arrendábamos la habitación, pero luego hacíamos vida en común. Aquella señora, a la que yo le decía 'abuela', me enseñó muchas recetas de cocina. Un día estaba yo haciendo un guiso de 'patatas en paseo' y una visita no paró de preguntar a la familia que qué era lo que olía tan bien. Y eran unas sencillas patatas guisadas sin carne, pero eso sí, con su buen majado y su vino.

- ¿Cuántos hijos tuvisteis?
- Cinco. Los dos últimos, Cinta y Lolo, nacieron cuando regresamos por última vez a Sevilla. Vivimos entonces en San Juan de Aznalfarache, un pueblo que queda muy cerca de la capital, cruzando el Guadalquivir. Recuerdo que estaban los dos pequeños con varicela y que su padre salió en la moto temprano a comprarles penicilina. Luego se marchó porque lo habían llamado del cuartel: Tenía que revisar las radios de los aviones porque al día siguiente iban a salir de maniobras. Cuando había maniobras, yo miraba al cielo y contaba los aviones que iban y los que regresaban. Así podía adivinar si todo había ido más o menos bien. Aquel día, anocheciendo vino a casa mi cuñado Juan y me pidió que le acompañara. Parecía que la historia se repetía: tenía a los niños malitos en cama y de nuevo él insistía en que no tenía más remedio que ir con él. Aquella vez supe que no tenía que preguntar nada. Y aquella vez supe que no habría más veces. Esta vez el golpe fue en la cabeza. No podía moverse, pero cuando me acerqué sus ojos se llenaron de lágrimas... Y al poco, todo terminó y comenzó el capítulo más triste de mi vida. No fue nada fácil aceptar la realidad y pasé mucho tiempo con mi luto, encerrada en mí misma. Mi hija Mercedes, con tan solo nueve años, me ayudó a cuidar de sus hermanos como si fuera una 'mujercita'. No me quedó más remedio que 'vivir y sacar a mis cinco hijos adelante', justo lo que le dije a Pepe que haríamos aquel día que me preguntó entre lágrimas que qué sería de nosotros.

Pero no quiero terminar el capítulo de hoy con tristeza. Me siento en paz con la vida, que me ha dado muchos motivos para seguir luchando hasta el día de hoy. A mis noventa y siete años todos estos recuerdos forman mi mayor tesoro y me reconforta poderlos compartir con mis bisnietos, mis nietos, mis hijos y contigo, que estás leyéndome y, de alguna manera, escuchándome.

© Francisca González Campos
© Selene Garrido Guil

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